¿Y si volvemos a hablar de Barcelona?

Rocío Martínez-SampereRocío Martínez-Sampere
Diputada del PSC en el Parlament de Cataluya

Antoni Santiburcio fue uno de los diputados más activos de la primera y segunda legislatura en el Parlament de Catalunya. Sin embargo nada comparable, en sus palabras, a lo que hizo luego como concejal en Sant Andreu y Nou Barris donde su pasión transformadora tomaba cuerpo y exudaba alma. Queda el antiguo puente de los gitanos como puente Santiburcio grabado en la memoria colectiva más que cualquier pregunta parlamentaria o ponencia de ley. Autores como Bruce Katz o Benjamin Barberglocalistas, lo han teorizado muy bien años después. En momentos en que el mundo occidental parece atascado en conversaciones un tanto pesadas para resolver la tensión entre soberanía e interdependencia, en encontrar el equilibrio mal resuelto de gobernanza efectiva, es todavía más valiosa la capacidad de las ciudades de encontrar soluciones concretas a los problemas abstractos porque es aquí donde la innovación, la flexibilidad y el pragmatismo encuentran razón de existir. La ciudad, dice Bauman, es el contenedor de todos los problemas del mundo. También puede ser pues, motor de muchas de las soluciones. Diferencias reales y aspiracionales de la vida concreta, en un mismo contexto nacional, regional y global.

Barcelona es donde he nacido y he vivido, es mi ciudad. Una gran ciudad, en estos momentos también. Como diría el gran Gato, otro insigne olvidado, «aunque no sople el viento navega sola». Pero en el último ranking de competitividad de las ciudades hecho por The Economist, Barcelona se situaba en el lugar 55, perdiendo 13 posiciones. Y no porque Barcelona haya perdido nada relevante, que no lo ha hecho, sino porque otras ciudades habían ganado posiciones. Y es este dejar hacer, este ir tirando, lo que constituye la principal crítica al actual mandato. No es que Barcelona no nos guste, que nos gusta, no es que Barcelona no funcione, que funciona, es que Barcelona ha dejado de ser proyecto, ha dejado de ser motor, ha dejado de ser ilusión, ha dejado de ser conflicto creativo… con el agravante de que en tiempos de crisis no hacer es deshacer como lo demuestra que la desigualdad entre barrios se haya casi duplicado en pocos años. Este ir haciendo, regado con un toque de provincialismo -la prohibición de grabar la serie Isabel es un buen ejemplo- y un alcalde que hace más de 12º conseller de la Generalitat que de alcalde de Barcelona son la fórmula para ir directos hacia una decadencia lenta y consentida .

Por eso es más necesario que nunca, para seguir construyendo Catalunya, volver a hablar de Barcelona. Ampliar la conversación. Que Barcelona vuelva a ser proyecto y no objeto. Porque independientemente de un estado propio o de una consulta, no es indiferente cómo llegamos, qué más tenemos, qué más construimos, qué más hacemos para salir de la crisis, qué más hacemos para fortalecernos colectivamente . Lo he dicho en muchas ocasiones y lo reitero una vez más: más allá de los monotemas, los monosílabos y los monólogos hay una Catalunya que espera y que en buena parte se puede construir desde Barcelona, desde la gran ciudad, que siempre ha sido y es todavía un interrogante renovado , una fuente de energía , un hervidor de inquietudes y un reto político permanente .

Barcelona vive en los barrios. Sueña en la ciudad entera y exige a su ayuntamiento. No habrá por tanto proyecto en Barcelona que no pase por una política de necesidades de su gente, una Barcelona cotidiana; para una política integral de ambición y proyección cara adentro y hacia afuera, una Barcelona proyecto, y por una nueva forma de hacer, de entender y de representar la política. Una Barcelona taller de muchas aventuras frente una Barcelona escaparate de algunos productos. Una Barcelona de ciudadanos frente una Barcelona de habitantes: por vivirla, más que por verla. Para estar, más que para pasar. Para reinventar, más que para arreglar .

Las inquietudes, las ideas, las necesidades las tienen los ciudadanos. Pero alguien deberá tener la audacia, el rigor y la credibilidad de generar las condiciones para que las ideas se conviertan oportunidades y las necesidades no sean impedimento a la libertad de cada uno para gestionar las propias aspiraciones vitales. Los socialistas podemos reivindicar la herencia recibida, el buen estado de las finanzas municipales, el equilibrio urbano… la experiencia de haber hecho y el valor de mantener el conocimiento para seguir haciendo: servicios, planificación, gestión y cohesión. ¡Garantía de solvencia, tan necesaria hoy! Podemos y debemos reivindicar el mejor de los mejores años vividos. Pero para el futuro tendremos también que saber tejer un nuevo compromiso colectivo para dar un salto adelante. Y hacer de nuevo no significa ni actuar como siempre ni prometer el cambio total, más aparente que real. Solo si sabemos sumar lo que ya ocurre, para minimizar las trabas y agrandar las oportunidades  podremos dibujar una nueva Barcelona mosaico, donde el dibujo tiene sentido en un todo. Jane Jacobs, la mujer que marcó un antes y un después en la manera de entender la ciudad, lo tenía claro: «Las ciudades tienen la capacidad de ofrecer algo a todo el mundo, solo porque, y solo cuando, están creadas para todos».

La nueva Barcelona que nos toca construir la próxima década tendrá que poner en valor los vectores de un mundo cambiante: un mundo que inundado por la globalidad y la crisis quiere ser más sostenible y más solidario. Pero también más dinámico y más transversal: donde la educación de mi hijo depende de la escuela, sí, pero también de lo que come, del capital cultural disponible para él y toda su generación, del fútbol que juega por la tarde, de lo que pasa en la plaza donde juega y del tiempo que una madre trabajadora como yo tenga para dedicarle. El reto de la ciudad pasa por gestionar esta transversalidad, esta complejidad, sabiendo que en un contexto de crisis la gestión económica y el combate contra la desigualdad es primordial. Y que tendremos por tanto de poner el énfasis en generar empleo y en redistribuir para reducir las desigualdades. Pero también tendremos que innovar en formas y en contenidos: apostando porque desde las ciudades se pongan las condiciones para predistribuir -en lugar de solo corregir las desigualdades, originar menos- y por entender que el cambio de valores de un mundo que ya está aquí pasa por saber que acceder es más importante que poseer: colaborar, compartir, conectar son los nuevos motores de las ciudades y tendremos que ayudar a ponerlos en marcha.

Se escriben con C de Catalunya y están en medio de BCN.e

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