Un siglo de barracas en Sant Martí

Las condiciones de vida y la marginalidad en las actuales chabolas del 22@ tienen puntos en común con el barraquismo de la Barcelona preolímpica | Varios libros recuperan este 2012 la transformación de la infravivienda en Barcelona durante el siglo XX

 

Meritxell M. Pauné

Meritxell M. Pauné

El Poblenou, en Barcelona, está todavía conmocionado por la muerte de cuatro vecinos rumanos la madrugada de este lunes de Pascua, a causa de un incendio fortuito en su mísera chabola. El suceso ha vuelto a poner el foco mediático sobre la lacra de la infravivienda en la primera corona metropolitana. Sin embargo, la autoconstrucción con materiales de deshecho o la ocupación de naves abandonadas tiene, tristemente, una larga tradición en Barcelona y en el distrito de Sant Martí.

Varios ensayos y libros fotográficos han recuperado en el último año la evolución del fenómeno barraquista barcelonés. Lo abordan en perspectiva, como una etapa histórica concluida, la de los grandes barrios informales que afloraron tras la masiva llegada de trabajadores del sur de España. Aunque aquél barraquismo parece difícil que regrese –principalmente porque apenas queda tanto suelo contiguo sin urbanizar–, la crisis ha propiciado un doloroso epílogo protagonizado nuevamente por los más pobres de la ciudad. Según los datos oficiales del Ayuntamiento, en Barcelona habría hoy 834 personas alojadas en viejas fábricas, solares sin edificar y vehículos (en 2011 contaron 596), más 1.500 sin techo que duermen en calles, bancos y cajeros sin establecerse en un lugar fijo. De los 36 asentamientos localizados por los servicios sociales, 21 están en Poblenou. 

Vista panorámica del barrio de La Perona, entre el puente de Espronceda y el Puente del Trabajo. Barcelona, años setenta. Arxiu Nacional de Catalunya / Fons TAF Helicòpters SA

Barraquisme, la ciutat (im)possible es quizá el libro más completo y documentado de los publicados recientemente sobre el tema. Presentado este mismo abril, lo edita el Centre de Promoció dela Cultura Popular i Tradicional, perteneciente ala Generalitat, dentro del proyecto Inventari del Patrimoni Etnològic de Catalunya (IPEC), y es obra de Xavi Camino, Òscar Casasayas, Pilar Díaz, Maximiliano Díaz, Flora Muñoz y Mercè Tatjer. Se trata de las conclusiones de cuatro años de investigación académica, a partir de testimonios de barraquistas y trabajadores sociales, datos oficiales e imágenes inéditas. Contextualiza el fenómeno y estudia con mayor profundidad tres de los núcleos barraquistas más longevos: Can Valero (Montjuïc), el Carmel (Horta-Guinardó) y La Perona (Sant Martí).

Según los autores, los primeros poblados vertebrados nacieron en el litoral de Sant Martí y en Montjuïc hará más o menos un siglo, aunque se tiene constancia de construcciones aisladas desde el siglo XVIII. Los años de mayor crecimiento fueron las décadas de los 30, 50 y 60, por el boom migratorio. Con el desarrollismo, los barraquistas que trabajaban en la construcción y la industria lograron poco a poco acceder a viviendas normalizadas, pero al llegar la crisis económica de los 70 se atascó el ascensor social y quedó en esos barrios un pósito de marginalidad y pobreza que estigmatizó al conjunto y rompió la convivencia.

La Perona, en la ronda de Sant Martí (donde hoy hay el Parc de Sant Martí, a 20 minutos a pie de la barraca incendiada este lunes), fue uno de los barrios de barracas más poblados y el asentamiento más tardío (1945-1989) de la ciudad. De los siete más notables de la zona (Somorrostro, Bogatell, Mar Bella, Pequín, Camp dela Bota, Trascementerio y La Perona) era el único alejado de las playas. Como pasa ahora con el 22@ a medio edificar, había grandes solares vacíos idóneos para la autoconstrucción, nacidos de la urbanización discontinua de la llanura agrícola y de unas infraestructuras muy mal soldadas con el entorno (Gran Vía, dos líneas del tren, la futura Ronda Litoral…).

Otro libro que recoge la memoria de La Perona es Sant Martí de Provençals, de la vila al barri, de Néstor Bogajo y Manuel Martínez, que este marzo ha presentado segunda edición. Las descripciones sobre los últimos habitantes de La Perona recuerdan mucho a las tristes condiciones de vida de los nuevos barraquistas del 22@: familias de emigrantes y/o gitanas (de procedencia húngara, buena parte), muchas veces con parientes o paisanos a su cargo, sobreviviendo gracias a la economía sumergida y en especial la venta ambulante y la recogida de chatarra, con bastante arraigo al vecindario y reticentes a aceptar ayudas municipales que impliquen cambios radicales de vida o que obstaculicen sus frágiles medios de subsistencia.

Otro estudio de referencia sobre la infravivienda barcelonesa es Barraques. La Barcelona informal del segle XX, coordinado por Mercè Tatjer y Cristina Larrea y publicado por el Ayuntamiento de Barcelona en 2011. Ahonda en los materiales de la exitosa exposición Barraques, la ciutat informal, que acogió el Museo de Historia de la ciudad de julio de2008 a abril de 2009 y que fue comisariada por el grupo de expertos Pas a Pas. Aunque menos independiente para juzgar la poca eficacia de las primeras legislaturas de ayuntamientos democráticos, aborda la génesis del barraquismo, aporta interesantes mapas de los asentamientos en diferentes décadas y desgrana las distintas actuaciones públicas para erradicar los últimos reductos de chabolas.

No son los únicos libros recientes sobre el barraquismo barcelonés, pero los que busquen bibliografía sobre barracas este Sant Jordi tendrán más que suficiente para adentrarse en el tema. Los lectores de presupuesto ajustado tampoco tienen excusa: el clásico de Francesc Candel, Els altres catalans, se encuentra en multitud de librerías en edición de bolsillo. La particular prosa de Candel recreó hace ya décadas la cotidianidad en estos barrios informales, a través de detalles, anécdotas y vivencias que él mismo vivió en Can Tunis o que le relataron otros inquilinos de barracas, casas baratas y polígonos metropolitanos.

La tierna definición que dio a Candel una barraquista en los años sesenta bien podría haberla pronunciado la mujer rumana que murió el lunes y que había convertido en hogar una minúscula cabaña urbana del Poblenou: “Una barraca es como un hijo enfermo, la quieres como a un hijo enfermo. Cada día tienes que cuidarla, apedazarla, mimarla… Si aún fuera para derribarla, bueno; pero [dejarla] para que otros vengan a disfrutar de lo que yo he levantado…”. Ojalá la noche del domingo sí la hubiera dejado.

La Vanguardia.com
13-04-2012

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