En Trípoli se empieza a discutir el futuro de Libia y los rebeldes creen que el ex dictador y su hijo siguen escondidos en la zona desértica
Félix Flores | Trípoli
Enviado especial
Los que estaban escondidos han salido, los que estaban en el exilio han regresado, los militares que estaban con Gadafi se han vuelto revolucionarios. Todos se reúnen ahora en un par de hoteles de Trípoli, toman café hasta altas horas. Ayer se celebraba una mesa de diálogo sobre el futuro de Libia, de la cual no se conocen todavía las conclusiones. Se permitía el acceso a los jóvenes, y eso ya es significativo. Se habla y se habla.
Pero la generalidad de los libios no conoce a sus nuevos líderes del Consejo Nacional de Transición, sólo a unas pocas caras o nombres difundidos por la radio y la televisión revolucionarias de Bengasi. Ali Tarhuni, responsable de Economía y Petróleo; Dorat, de Interior, el primer ministro Yibril, que anda por el mundo; el presidente Abdel Yalil, que aún no se ha personado en Trípoli. Como si no importara demasiado, la gente dice que, de momento, alguien tiene que hacer este trabajo y que bienvenido sea.
El Trípoli de estos días no tiene nada que ver con el de hace una semana. Siguen las colas para la gasolina y el pan, sigue faltando el agua, pero ya no resuenan por la noche los disparos de celebración –que a veces eran eso y a veces eran otra cosa…–, y las canciones de la revolución han penetrado en todos los cerebros, una banda sonora de silbidos, radios de coche a todo volumen y canturreos empapan la ciudad.
Ian Martin, representante especial de la ONU, hizo ayer acto de presencia para respaldar el proceso de transición y para decir que la cuestión de la seguridad es prioritaria para Naciones Unidas. Martin, ex responsable de Amnistía Internacional en Londres, fue autor de un informe para la secretaría general en el que planteaba la necesidad de desplazar cascos azules a Libia, unos 200 observadores militares y 190 policías. El Consejo Nacional de Transición advirtió, por activa y por pasiva, al conocer este informe que no aceptaría presencia militar internacional de ninguna clase en el país.
El enviado de Ban Ki Mun no puede decir que se haya encontrado aquí con una especie de Somalia gobernada por milicias, sino todo lo contrario. Los libios están demostrando que, a pesar de que no se ven muchos policías por la calles, saben mantener el orden. Martin ofreció la colaboración de la ONU para la organización de elecciones, señalando que el proceso de toma de decisiones políticas será la parte más difícil.
La atención sigue puesta en el asedio a Bani Ualid, a 120 kilómetros al sudeste de la capital, cuyo trasfondo, se insiste cada vez más, es la caza del hombre. Las negociaciones para la rendición de la ciudad continuaban ayer, dejando sin valor cualquier ultimátum dado hasta el momento. Los notables de la ciudad, que albergaría sólo un centenar de gadafistas armados, no ceden. Se dijo que las tropas rebeldes entrarían ayer; no lo hicieron, pero ejercieron presión en varias escaramuzas en los alrededores.
El problema es que se juega con el tiempo necesario para atrapar a Gadafi, según Mohamed Bashir Saleh, superviviente de la represión de Bani Ualid en los 90 y que ha regresado del exilio en Egipto, quien dijo a Al Yazira que Muamar el Gadafi y al menos su hijo Saif el Islam siguen en esta región desértica y “nada indica” que hayan huido hacia el sur. Con ellos podrían estar también Saadi Gadafi y el Musa Ibrahim, ex portavoz gubernamental.
“Controlamos la mayor parte de la zona –dijo Mohamed Bashir Saleh–. Gadafi es un objetivo en movimiento, va cambiando de coche y se va desplazando en trayectos cortos ayudado por gente de la región. Van en grupo. Si saliera a campo abierto, hacia el sur, le veríamos enseguida. O le cogemos o le matamos”.
Si todo esto es cierto, el tiempo no sería, al fin y al cabo, un factor tan importante. A Gadafi, amante de la cirugía estética, se le está poniendo cara de Sadam Husein.
La Vanguardia.com
6-09-2011
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