Las reivindicaciones de las entidades han impulsado las políticas para mejorar las condiciones de movilidad
El 1 de agosto de 1977, una treintena de personas con minusvalías cortaba el tráfico en la calle Felip II de Barcelona, donde se hacían unas obras de remodelación a la altura de la calle Escòcia. Reclamaban que se cumpliera una normativa ya existente pero no aplicada, para poner rampas en los pasos de peatones. La policía les conminó a disolver la manifestación, pero el encargado de las obras mandó arrancar los trozos de acera construida con bordillos donde había pasos de peatones. No era la primera manifestación, ni fue la última, para reclamar mejores condiciones de movilidad para discapacitados.
Hoy se puede atravesar prácticamente de punta a punta la ciudad sin tener que salvar un bordillo. Quedan fuera de esta regla las calles más empinadas de barrios que tocan montaña, aunque en bastantes de ellas se hayan instalado escaleras mecánicas. La ciudad cuenta con 29 grupos de escaleras mecánicas (la mayoría instalados desde el 2001). Los autobuses, minibuses y tranvías son totalmente accesibles, como algunos taxis, como casi toda la red del metro, aunque el acceso autónomo a los vagones no está aún bien solucionado. Barcelona es referente para la mayoría de ciudades españolas y europeas en materia de movilidad y accesibilidad. El pasado jueves lo reconocía la Comisión Europea, al contar con la capital catalana como candidata al premio a la Accesibilidad 2010, distinción que al cabo correspondió a otra ciudad española, Ávila. Y el viernes Barcelona recogía en Almería otro premio a la accesibilidad concedido por la Federación Almeriense de Asociaciones de Discapacidad.
“Este camino de más de 30 años ha sido posible por voluntad política y por el trabajo del tejido asociativo, que ha sido extraordinario”, según el teniente de alcalde de Acció Social i Ciutadana, Ricard Gomà. “Barcelona es la ciudad más accesible de Europa”, dice Carme Riu, del consejo asesor del Institut Municipal de Persones amb Discapacitat (IMD). Pero aún con déficits.
Carme Riu valora lo hecho. Discapacitada desde 1958 (tenía 7 años), subraya: “No pude subirme a un autobús hasta 1992”, pero tiene una buena lista de lo que queda por delante: “Los autobuses están adaptados, pero no lo están todas las paradas, y a los conductores les falta formación, porque casi siempre bajan la plataforma, pero no las suspensiones del vehículo, con lo que aquella queda muy inclinada”.
“Y en el metro se necesita una adaptación total”, enfatiza Riu. Más allá de poner ascensores en las estaciones que aún carecen de ellos, llama la atención en que el acceso al tren sólo se puede hacer autónomamente por una puerta del primer vagón, ahí donde se ha levantado la cota del andén. “Debería levantarse todo el andén, y entrar por cualquier puerta”.
TMB lleva años adaptando estaciones y ha aprobado hace poco un plan director de accesibilidad universal. Toda la red de metro deberá haber sido adaptada a la accesibilidad universal en el año 2014, según las previsiones actuales. Se van dado pasos importantes en esa dirección, y así, recientemente se ha acabado la reforma de una de las estaciones antes vetadas a los discapacitados, la de Arc de Triomf. Y en enero empezarán las obras para instalar ascensores en la de Passeig de Gràcia (línea 3, verde), que enlaza con la red de Renfe. Estas obras coincidirán con las que Adif para que se pueda acceder al vestíbulo y los andenes del apeadero de Renfe, otro sitio inaccesible para discapacitados físicos pese a algunas mejoras parciales (alzamiento provisional de andenes).
Tanto en el metro como en las estaciones de ferrocarril se ha sufrido, y se sufre, la incompatibilidad entre vehículos adaptados, con piso bajo, o rampas en algunos vagones y andenes. Todos los trenes nuevos cumplen los criterios de accesibilidad, pero no se acoplan a los viejos andenes. La vieja estación de Sant Andreu Comtal, hoy en reconstrucción total, era el gran ejemplo. La situación ha mejorado muchos en estaciones nuevas y remodeladas, como la de Sants.
Otro salto en el tiempo. En 1981, Eugeni Pérez (ya fallecido), un vecino con discapacidad y una hija con grandes problemas de visión, pudo asistir a la colocación del primer semáforo acústico que se accionaba con un botón en el mástil. Fue en el cruce de Sant Antoni Maria Claret-avenida Meridiana, cerca de su domicilio. Llevaba meses reivindicándolo, junto con otros vecinos. Ahora los nuevos semáforos, además de mejor tecnología de luz, incorporan un sistema auditivo para invidentes, accionado a distancia. Se prevé que a finales de este mandato, en mayo, unas 600 intersecciones de la ciudad (de un total aproximado de 1.670) cuenten con este sistema.
“Los representantes de los discapacitados gobiernan”, dice Ricard Gomà. Las entidades de personas con discapacidad están representadas en decenas de comisiones en la administración municipal y en las empresas de transporte público, con políticos y técnicos, empezando por el IMD. La mitad del consejo rector de este instituto la forman diez representantes escogidos por sufragio universal de los miembros de entidades de discapacitados. Sin que su opinión sea siempre definitiva, las personas con minusvalía influyen mucho en la toma de decisiones sobre mobiliario urbano, vías públicas, accesos al transporte público, diseños informáticos de las webs públicas… Por ejemplo, se puede denegar una terraza junto a la puerta de un bar, y autorizarla junto a la calzada, porque la ONCE apunte que los invidentes circulan mayoritariamente junto a las fachadas.
María José Vázquez, presidenta de la federación Ecom, llama la atención sobre el diseño global de la ciudad en las últimas décadas. “Si se ha podido extender el carril bici, además de porque es una ciudad muy plana, es porque ya estaban los vados, ya no había tanto obstáculo en la vía pública”. Vázquez, sin embargo, echa en falta más interés “en los parámetros de accesibilidad de las páginas webs y otras herramientas tecnológicas” que podrían mejorar la vida a discapacitados sensoriales. “Hay que abrir más la accesibilidad a colectivos como los invidentes y sordos, el uso de la audiodescripción y otras formas sonoras en actos públicos, museos, cines, teatros, galerías de arte…”.
Para los invidentes, desde hace unos años es regla en toda nueva urbanización la colocación de pavimento podotáctil: ese pavimento con estrías que sirven de guía a los ciegos para encarar los pasos de peatones. El bastón sigue las rayas en la acera, como en los andenes y pasillos de estaciones del metro. Incluso sin bastón, un invidente detecta con los pies ese pavimento.
Igual ocurre con las alfombras de caucho para guiar a invidentes hacia la puerta de acceso a los autobuses, aunque esta solución ha recibido críticas, por su mala fijación al suelo. Semáforos sonoros, y señalización acústica en metro y bus suman en las condiciones de vida y movilidad para invidentes, como lo hacen, para las personas sordas, las señales y avisos luminosos en el interior del bus y del metro o la adaptación de webs de administraciones públicas (no todas) y los mensajes SMSque sustituyen a la comunicación telefónica, por ejemplo, en el servicio de teleasistencia.
Aún hay un 25% de edificios públicos (sobre 880), propiedad del Ayuntamiento y de otras administraciones, que no son accesibles en la ciudad de Barcelona, aunque existe un plan para adaptarlos. Otro 30% lo está de manera parcial. El sector público aún tiene camino por delante. Pero hay un reto más general: que la accesibilidad universal crezca en el ámbito de lo privado. Y más sensibilidad, desde comunidades de vecinos hasta empresas. Vázquez explica que “las salas de cine cumplen con la accesibilidad para entrar, pero dentro los espacios reservados están siempre en la primera fila, la que evitan los otros clientes porque en ella no se ve bien la película”.
Es general la coincidencia en la necesidad de un nuevo Codi d’Accesibilitat, porque el actual, de 1995, se centra mucho en la administración y las empresas públicas, pero no en el sector privado. El proyecto que preparaba el Gobierno de la Generalitat no se ha aprobado en esta legislatura. Hay comercios y otras empresas que han hecho cambios e inversiones para adaptar sus espacios a los discapacitados.
Que muchos no se sumen a esta tendencia, además de por falta de normativa, “es más una cuestión de cambio cultural que económica”, según Ricard Gomà, convencido de que invertir en accesibilidad “revertirá económicamente de forma positiva a quien lo haga, frente a los que no lo hagan”.
La Vanguardia,es
9-12-2010
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