El sable del coronel

De la serie: Esto es lo que hay

Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional (Artículo 8.1 de la Constitución Española, hoy aún vigente)

Hay que ver lo que les gusta ahora a los militares la Constitución, después de los follones que montaron cuando se estaba pergeñando. Bueno, también hay que decir que los espadones que rechinaron temporibus illis no eran los mandos superiores de hoy, que en aquella época eran tenientes y capitanes. Los mandos superiores de hoy -anotemos el dato- hicieron un Bachillerato normal en centros de enseñanza normales, como todos los demás muchachos de los años setenta (y unos cuantos anteriores y, desde luego, los posteriores). Lo digo por contraposición a aquellos altos militares del franquismo, que entraron en las academias con doce y catorce años o, ya con posterioridad, en plan más normal, pero con estudios en la inmediata posguerra e imagínate qué visión de la Historia les proporcionarían en aquellos centros.

En los últimos días, hemos tenido dos o tres avisos desde el estamento militar, avisos amenazantes que apuntan hacia esa eventual independencia catalana de la que, por cierto, desde ayer estamos inexplicablemente más cerca. Nominalmente, porque veremos en qué acaba esto.

Primero fue el coronel (jubilado) Alamán, que se descolgó en plan clásico, amenazando directamente con los tanques (¡ups, perdón…! carros). Después fue el teniente general Pitarch, también jubilado, quien se descolgó por las mismas, con mucho más estilo, claro. No en vano, Alamán se ha autopintado de hecho como perteneciente a aquella vieja especie que tan bien conocemos los que hemos hecho la mili y Pitarch es un señor que ocupó altos cargos militares, entre ellos el no pequeño de jefe del Eurocuerpo. Poca broma. Lo de Alamán fue un exabrupto para disfrute de la fachenda analfabeta; lo de Pitarch, un aviso procedente del eje central mismo de las Fuerzas Armadas, aviso al que habrá que prestar la atención y la consideración debida. Pero, por más que la clase y la altura de ambos sea tan distinta y esté tan distanciada, el mensaje, en su fondo, es el mismo: si Cataluña se independiza, los tanques entrarán en acción… por mandato constitucional. Y me parece que estos caballeros interpretan de una manera muy pintoresca el mandato constitucional.

Es verdad que el artículo 8 (cuyo primer párrafo encabeza este post) atribuye a las Fuerzas Armadas la misión de garantizar la integridad territorial de España y el ordenamiento constitucional. Pero dentro de un orden. Quiero decir que el artículo 8 no autoriza al primer general que crea que el ordenamiento constitucional o la integridad territorial han sido vulnerados -ni siquiera aunque fuera cierto- a poner los tanques en la calle o en el Segre sin encomendarse a Dios ni al diablo. Esto, pese al artículo 8 de la Constitución, constituiría un delito de sedición de libro.

Porque una cosa es que la Constitución encomiende misiones y atribuya derechos y deberes y otra muy distinta es que tales misiones y tales derechos y deberes puedan ejecutarse, sin más, tal cual. No, no, no. Hay que hacerlo de conformidad con el ordenamiento jurídico. Pongo un ejemplo igualmente ilustrativo: el artículo 47 establece que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada, pero todos sabemos que la carencia de la misma no justifica la ocupación, de hecho y sin más, de viviendas ajenas. Lo de los okupas puede ser todo lo simpático que se quiera (cuando lo es), pero hoy por hoy es ilegal por más artículo 47 de la Constitución que le echemos.

Lo que quiere decir, en fin, el artículo 8.1 es que, siendo éstas las misiones de las Fuerzas Armadas, el Gobierno, único habilitado legalmente para movilizarlas, puede -y, en su momento y circunstancia debe- utilizarlas para estos fines. Los tanques sobre Cataluña, pues, sólo estarían protegidos por la Constitución si el Gobierno así lo ordenase. Y conviene no olvidar que el Gobierno está sujeto a responsabilidad, tanto si hace cuando no debe hacer como si deja de hacer cuando sí debe hacer. Pero tampoco son los militares, en ningún caso, los llamados a exigir ni juzgar sobre dicha responsabilidad. Para ello la Constitución designa a unos señores llamados jueces.

Por tanto, si se produce la independencia de Cataluña y los generales lanzan los tanques sobre ella, y por las buenas, en fin, pues a aquellos a quienes se nos vengan encima nos será de aplicación aquello que digo tantas veces de que San Joderse cayó en tal día, pero que no me venga nadie con cagarelas constitucionales, porque no cuela.

Establecido el tema constitucional tal como creo que es poco objetable jurídicamente, vamos a los fáctico.

Una intervención militar sobre una Cataluña independizada -aún legítima, por orden del Gobierno y, entonces sí, bajo paraguas constitucional- sería un error histórico de primera magnitud. De primera magnitud, que nadie lo dude. Porque se estaría entonces escenificando la razón que pasarían a tener (y que no tienen ahora) los independentistas: Cataluña sería una colonia, un territorio ocupado, una población sojuzgada. El germen de la independencia, para antes o después, para más tarde o más temprano, estaría definitivamente sembrado y asumido por la práctica totalidad de la población catalana. Yo, que me considero español (por poco que me guste la España que hay, que no me gusta nada en absoluto) no creo que pudiera mantenerme en esa consideración si me viniera militarmente impuesta; no tendría asidero intelectual ni, desde ese momento, histórico al que agarrarme.

Por no hablar las implicaciones internacionales y, concretamente en términos europeos, si esa intervención se produce. Por muchas razones, de las que a bote pronto se me ocurren dos: la primera, la poca gracia que haría en Europa el hecho de que en su territorio (y esta vez en territorio de la Unión) volviesen a correr los tanques; y otra, que la visión de una potencia europea mandando tanques sobre un país que, aunque sea fugazmente, ha dejado de pertenecer a la Unión… bueno, no sería un precedente ni poítico, ni histórico, ni internacional en absoluto deseable.

¿Cuál sería entonces la alternativa para Ex-paña, para el Gobierno ex-pañol, si la independencia de Cataluña de llegara a producir? Pues la verdad es que ninguna. Mal si Cataluña se independiza y se la invade y mal si Cataluña se independiza y no se la invade. Ninguna de las dos cosas es mejor ni peor que la otra, pese a la segura opción como mal menor de la bronca castellana de frontera.

Por tanto, lo que hay que hacer es evitar a toda costa que Cataluña se independice. Pero cuidado con la expresión a toda costa si no se matiza para mantenerla en un ámbito político. Para ello, también hay dos maneras: los tanques (en este caso, virtuales), que serían la suspensión autonómica, la suspensión electoral y, como se viene haciendo, la negativa a reconocer el fenómeno desencadenado -todo lo artificialmente que se quiera- el pasado 11 de septiembre y a abrir las circunstancias para acotarlo y, en la medida de lo posible, remediarlo, de una manera ordenada, tranquila, civil y no traumática; o todo lo contrario: la apertura, la tranquilidad, el orden, la civilidad y la paz espiritual, por parte de ambas posturas encontradas.

La cerrazón, el Cataluña es España por cojones no sólo no es el remedio sino que, además, ha sido la causa. Yo, como catalán y como español, estoy ya hasta las narices del cerrojazo, de que más allá del Ebro no se entienda nada, sobre todo porque no se quiere entender, por pura y simple antipatía (cuando, como tan frecuentemente sucede, me encuentro a alguien que, de boquilla y falsariamente, ama mucho a Cataluña y a los catalanes, me echo a temblar: acabo de encontrar a uno que no vacilaría en lanzarnos encima los bombarderos). Si la bronca castellana de frontera viera más allá del toro coñaquero, ya no hubiera sucedido la inmensa estupidez que se cometió con ese no menos estúpido Estatut, un Estatut que, no me canso de decir, no se sentía en la calle como una necesidad, un Estatut cuyo referéndum no pudo alcanzar siquiera el 49 por 100 de participación. Sin embargo, tras sufrir los recortes de una comisión parlamentaria presidida por un andaluz (Alfonso Guerra, nada menos) que, pese a todo, fue tolerada, se llegó a la barbaridad de un Tribunal Constitucional caducado y sin el menor crédito ni político ni, si se me apura, judicial, que se cargó las partes más esenciales del nuevo articulado que habían sobrevivido a la tijera parlamentaria española.

La manifestación de protesta de julio del 2010 no tuvo un millón de concurrentes, pero sí asistieron a ella muchos centenares de miles de catalanes cabreados. Más los que se habían quedado en casa pese a estar también cabreados, porque en casa se quedan no sólo los que están en contra sino también los que estando a favor no acuden porque están disconformes con algún aspecto de la convocatoria o, simplemente, por perezosos; pero los perezosos también pueden estar cabreados y, en un momento dado, su cabreo puede ser mayor que su pereza. Pese a todo, la arrogancia castellana descrita por Machado ignoró lo grave del trompetazo, lo despreció, se negó a considerarlo como un serio aviso.

Y eso, y no otra cosa, ha llevado a lo de ahora. Y ahora se puede venir diciendo que la manifestación del 11 de septiembre fue de ira económica más que de ira independentista; pues yo creo que sí, que el diagnóstico es correcto, pero que ahora ya sólo sirve para hacer diletantismo con él. En todo caso, ya no sirve para ocultar la cabeza bajo el ala. Una sucesión de arrogancias y de ignorancias colocadas al tresbolillo y practicadas durante muchos años, muchísimos, ha llevado a la situación actual. Ahora hay que salir de ella, antes de que los tanques sean una solución que empeore aún más el problema y lo cronifique definitivamente y sin solución de continuidad en la Historia.

Se equivocan -y mucho- los que desenvainan el espadón. Porque a esa España negra, excluyente, fronteriza y macabra, le ha llegado la dolorosa hora de envainársela.

O de morir.

Javier Cuchí
El Incordio

Leave a Reply