Jordi Banacolocha: «Viví una época en la que todo Sant Andreu era mi casa»

Las calles de Sant Andreu, pero sobre todo un pequeño teatro, albergan recuerdos de jóvenes que gastaron las suelas de sus zapatos y cargaron sus primeras baterías como actores en sus entrañas. Jordi Banacolocha fue uno de ellos. 

CARME ESCALES
BARCELONA
Ser y sentirse. Esa es la fórmula con la que Jordi Banacolocha ha prolongado en el tiempo su identidad andreuenca y el aprecio a su Sant Andreu de toda la vida. Lleva 43 años casado -se dice rápido- con alguien que también creció en las calles donde el actor jugaba, entre ensayo y ensayo, porque apenas hablaba cuando ya se subió al escenario del Casal Catòlic para interpretar a un pequeño demonio en Els Pastorets. Tenía 2 años. A los 14, tuvo en una zarzuela el primer papel en el que hablaba.

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L’Ou Nou fue la cancha de muchos actores. Roser Batalla, Joan Bas y Jordi Rebellón empezaron en ese grupo de teatro que nació en el barrio. También Jordi Banacolocha aprendió y, sobre todos, disfrutó en él. «No éramos conscientes de adónde nos llevaría aquella afición. Pero todos éramos pseudoprofesionales. Nuestra escuela era la mejor escuela que se puede tener: la pasión», señala el intérprete de Llibert, en Ventdelplà (TV-3). 

 El teatro se convirtió en el motor de cohesión social. «Siempre estuvo lleno», cuenta el actor. «Hasta 1975, cada dos domingos hacíamos una obra diferente». El motor del barrio era aquel casal y otras tantas entidades como los Lluïsos, Los Padres o La Llira. Su padre dirigía un grupo de teatro cuando él, con 7 y 8 años, ya tenía el casal como segunda casa. «Además de los ensayos, jugábamos al pimpón, al billar y a cartas. Y nos distraíamos en la calle, en su mayoría, peatonales. No había problema por cruzar. Yo viví una época en que sentía todo Sant Andreu como si fuese mi casa, sin ningún miedo», cuenta. 

El 600 que su padre se compró, en los 60, debía circular sin apenas tráfico por aquel pueblo anexado a la ciudad. «Se entraba a Barcelona por la carretera de Ribes, que cruzaba Sant Andreu, y continuaba por donde hoy está el Teatre Nacional», recuerda el actor. «La desgracia fue la construcción de la Meridiana, porque Sant Andreu quedó tranquilo y protegido, pero aislado», explica Banacolocha. Desde entonces, los vecinos de Sant Andreu tienen a sus difuntos enterrados al otro lado del meridiano que el asfalto trazó. 

Bajo este, El cor de la ciutat, latió largo tiempo, del que el actor aprovechó algunos capítulos para disfrutar de la ventaja que supone poder ir a pie al trabajo. «Ha sido la única vez en la vida en la que he ido a grabar a pie, chino chano», dice este actor que es también informático. 

Elperiódico.com
22-09-2010

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