La Barcelona que no conocía China

  • El norte de la ciudad asiste con sorpresa a la expansión del comercio asiático
  • Barrios como Horta vivían hasta hace tres años ajenos al extendido fenómeno
  • Hoy, aprovechan su carácter residencial y familiar para buscar la integración
  • Víctor Mondelo | Barcelona
    José lo decidió tras salir del hospital con el pecho herido, el corazón apuntalado y olfateando las mieles del retiro. Décadas después de dejar Galicia para buscar suerte en otro norte, el de Barcelona, el Bar Bodega El Pinar cambiaba de timonel, que no de nombre. Encetaba el relevo migratorio en favor del comerciante chino, preponderante en parcelas más céntricas de la capital catalana, pero inédito en el casi virginal comercio de Horta.

    Tres años atrás, la presencia de un restaurante oriental constituía la única excepción en éste y otros barrios septentrionales de la ciudad, como Sant Andreu. Hoy, los establecimientos regentados por ciudadanos asiáticos tejen una red que, si bien todavía no puede considerarse masiva -supone alrededor del 10% de la oferta- causa sorpresa entre los comerciantes autóctonos, que aún digieren este arraigo tardío.

    “Es evidente que han proliferado y, sobre todo, se notan mucho, porque hace cuatro años en estos barrios no se encontraban y ahora tienen una gran incidencia”, constata Salvador Albuixech, vicepresidente de la Fundació Barcelona Comerç.

    Hoy se topa con ellos sin esfuerzo. Algunos sólo lo perciben, otros los sufren. En el asfixiante ascenso por la calle Dante Alighieri hasta la Rambla del Carmel se dan las dos circunstancias. Esta vía repleta de centros de estética -concentra hasta ocho en tres manzanas-, ha asistido a la irrupción mimética oriental.

    Una peluquería de cortes a siete euros y un centro de manicura más propio de avenidas neoyorquinas se han infiltrado entre la oferta local con diferentes consecuencias. “A mí me han hundido”, espeta María Luisa, dueña de su homónima peluquería. “No puedo competir, no tengo más ganas de luchar, así que ya espero la jubilación”, añade en un establecimiento vacío sin ni siquiera la compañía de la empleada que siempre le flanqueó y tuvo que despedir hace tres años, cuando en el local contiguo abrió puertas el Centro de Estética Horta. En su interior, seis peluqueros asiáticos dejan de cortar al unísono para clavar la mirada en la entrada, aclarar que la prensa no es bienvenida y después continuar. Un séptimo cliente espera. Ana, propietaria de Máramar Estética, por el contrario, sostiene que mantiene a su clientela. “La clave es estar convencida de tu negocio y no temer a la competencia, yo no la temo”, asegura.

    A unas manzanas, un tramo de la calle Feliu i Codina se ha convertido en otro exponente de esta tendencia. De la decena de establecimientos que puebla los bajos de los edificios de este tramo, cuatro han pasado a manos chinas en dos años. Hace una semana, un supermercado sustituía a una zapatería tras sólo dos de reformas. Un año atrás, la misma familia oriental se hacía con lo que antes fue una lampistería para abrir una frutería y convertía la joyería anexa en su almacén. Un bazar completa la representación.

    Hacia la extinción del bazar

    Es precisamente este último tipo de establecimiento el que aglutina el rechazo. Raquel Júlvez, dinamizadora del eje comercial El Cor d’Horta, denuncia la “manga ancha”. “Es injusto que puedan vender desde plantas a patatas fritas. Pedimos un equilibrio. Ellos con una licencia pueden comerciar con todo y a nosotros el Ayuntamiento nos pide cada vez más. Solicitamos que eso no se permita”, abunda.

    Sin embargo, los herederos del todo a cien viajan hacia el ocaso. El rezagado aterrizaje en esta residencial periferia barcelonesa está yendo de la mano con el incremento de la calidad. “Estamos entrando en una dinámica en la que los comercios orientales tienen una cierta cualificación, con establecimientos bastante parecidos a los nuestros”, aclara Albuixech.

    Las tiendas de moda están abanderando ese proceso de adecuación al entorno comercial. Algo evidente en calles como Gran de Sant Andreu o el paseo Maragall. “Está cambiando al menos su aspecto, aunque los artículos sean de más o menos calidad. Cuando compran el local, lo reforman y abren una tienda correcta”, precisa Joan Mateu, delegado del eje comercial de Sant Andreu. Raquel Júlvez, su homóloga en Horta, va más allá y considera que las nuevas tiendas de textil “no tienen nada que envidiar a las nuestras”. Para ella coinciden en “precios y calidad”.

    ¿Y en horarios? Júlvez asegura que en la buena senda se va. “Lo tenemos bastante controlado. Dos años atrás, teníamos problemas, pero entregamos información en chino sobre la ley de horarios comerciales y, salvo un día festivo que se escapan ellos y los de aquí, cumplen“, explica. Las excepciones, no obstante, son fácilmente detectables con un simple paseo dominical.

    El veto autóctono al asociacionismo

    El aislamiento es también característica definitoria del tendero asiático. Sin embargo, su llegada a espacios más familiares de la ciudad parece estar desterrando paulatinamente ese rasgo. “Horta es como un pueblo, no nos sentimos bien bien de Barcelona, y los chinos se acostumbran a esto”, narra Júlvez y desvela que cuentan ya con dos asociados mientras que otros no han podido hacerlo por la negativa de los comerciantes autóctonos. “Las tiendas de aquí no quieren que iniciemos un plan para hacerlos socios, con algunos hay miedo”, aclara. “Estamos luchando para que algún día se puedan asociar y sean una parte importante del eje comercial”, suma Joan Romero, presidente del de Maragall. En Sant Andreu, también hay reticencias y “muy pocos están integrados”, cuenta Mateu al tiempo que confía, optimista, en que “siendo pacientes” se conseguirá el objetivo y lo argumenta con el cambio social que ya asegura advertir: “Hasta hace poco abrían una tienda, pero no los veías por ningún sitio, pero actualmente están arraigando en el barrio, participan, van a las escuelas, los niños juegan por la calle. Hay que esperar…”

    Hoy, domingo como es, uno de los hijos de la dueña oriental de la frutería, que el pasado año era lampistería, se divierte frente al nuevo supermercado familiar, hace menos de un mes zapatería. Mientras, las patatas bravas fulgen en la freidora del otrora bar de José.

    Publicado en el  El Mundo.es
    3-07-2011

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